Vamos a descubrir cómo era la vida cotidiana en las casas de la Edad Moderna.
Es muy complicado resumir la gran evolución que tuvo la vivienda entre los siglo XVI-XVIII. Los grandes palacios renacentistas y barrocos son muy conocidos, pero no tanto así las viviendas de clases más bajas. La vivienda consta generalmente de cantinas, en sótano para ubicar la bodega, y a veces entresuelo para la misma En planta baja se dispone en primer término un zaguán y espacio destinado a caballerizas. En el centro se sitúa el patio y en un segundo cuerpo la cocina, dependencias auxiliares y huerto trasero.
A la planta primera se accede mediante escalera que parte del patio. Todas estas dependencias se ordenan alrededor de la galena de éste. En el piso superior se sitúan las cámaras bajo cubierta, utilizadas como almacenes, en muchos casos con solana que es un espacio abierto al exterior a modo de mirador orientado hacia el Sur, cuya presencia estuvo relacionada con la existencia muy generalizada de sederos, cordeleros y pañeros que utilizaban esta parte alta para el secado de sus productos.
A partir del siglo XVI se generaliza el uso de ladrillos de barro cocido para edificar casas en el norte de Europa. Surgen las primeras mansiones señoriales europeas. En el siglo XVIII, en muchas ciudades europeas y americanas, se erigen edificios de estilos «elegantes» para la nueva burguesía.
¿Tenían agua corriente? No imaginéis grifos de hidromasaje, ni grandes fregaderas, pero es importante saber que había agua corriente en las ciudades (a través de fuentes públicas) desde la Edad Media, en que se acentúa la preocupación de los municipios por el aprovisionamiento para el consumo y la higiene. Muchas familias tienen un criado para ese fin (se consideraba indecoroso que una mujer de algún nivel saliese a buscarla) y surge así la figura del aguador, que ha existido hasta el siglo XX.
En el siglo XVI, ya había hogares con agua corriente en zonas comunes, aunque el agua llegó a la mayor parte de las casas en la segunda mitad del siglo XIX, con Isabel II. Las residuales fueron otro cantar. Hasta que existieron los primeros conductos para canalización común o privada, lo normal era arrojar los residuos por la ventana, al grito de «!¡Agua va!», regulado por normativa municipal a una hora determinada. En 1714, se hizo un intento de canalización (en conventos y palacios), y con Carlos III se construyó la primera canalización y red general (trabajo de Sabatini), consistente en la creación de pozos negros en cada vivienda.
Para la calefacción se buscaban sistemas naturales: se revestían los muebles de terciopelo, se tapizaban las paredes, los suelos se cubrían con esterillas o alfombras; y los braseros eran fundamentales, pues la chimenea es de la segunda mitad del XVIII.

Cocina de la casa de Lope de Vega
El centro neurálgico del hogar era la cocina. El fuego, casi siempre encendido caldeaba la casa. Ahí no sólo se cocinaba y se comía, sino que se pasaba gran parte del tiempo al calor de la lumbre. En las casas más pudientes,la cocina ocupó un extremo de la vivienda, pero por diversas razones, entre ellas, la separación de la servidumbre con los residentes y dueños de la casa. En la vivienda burguesa, esta estancia era considerada como un lugar lleno de humos, olores agrios y ocupado por un horno cuyo calor afectaba la blancura del cutis, por eso solía contar con una puerta de servicio.
El centro lo componía una chimenea donde se colocaba el fuego y sobre ella, con calderos y ollas, se cocinaba lentamente la comida. Lo que hoy en día intentamos replicar con nuestras ollas lentas era entonces la forma habitual de cocción. Los guisos se realizaban lentamente, con una ebullición constante. Los más pudientes, tenían también horno para el pan.
Los cuencos de barro, sartenes, cazuelas y demás utensilios se almacenaban en repisas sobre el mismo hogar, colgados en la pared, o en alacenas próximas.
Habitualmente, en las casas donde había servicio, existían habitaciones anexas a la cocina, donde dormían las cocineras y criadas, e incluso en algunas viviendas encontramos camas armario dentro de la misma cocina.
Otra parte muy importante de la vivienda era el estrado, normalmente de origen árabe-español, aunque hay investigaciones que demuestran que era común en toda Europa, aparecía en todas las viviendas, como forma de separación de ambiente femenino vs masculino, variando sus dimensiones y las piezas que lo decoraban. El estrado consistía en una tarima, a veces delimitada por una barandilla de madera o corcho cubierta por esteras o alfombras.

Las damas se visitaban por la tarde con el fin de charlar de modas y cotillear todo lo que fuera posible, mientras merendaban chocolate caliente sentadas sobre almohadones o en sillitas. Por lo general la sala de estrado aglutinaba las piezas más valiosas, las paredes se engalanaban con tapices o con colgaduras de telas ricas como el damasco o el brocatel, que podían confeccionarse a juego con los almohadones. Los colores de las tapicerías eran vistosos siendo habituales el verde y el carmesí, pero en el caso de que la familia estuviera de luto, incluso los estrados se tapizaban de negro.
La tarima se decoraba con muebles de pequeño tamaño como taburetes, sillas, bufetillos (mesas pequeñas), escritorios o papeleras (los mal llamados bargueños), escaparates (vitrinas) e imágenes de devoción. En un país tan católico como España, las imágenes religiosas se prodigaban en una apabullante cantidad, no solamente en sitios sagrados como iglesias, capillas etc… sino en cualquier lugar. Las damas sentían predilección por las pequeñas tallas de madera de la Virgen o del Niño Jesús, muchas eran imágenes de vestir y según hemos hallado en algunos documentos, las había que contaban con varios vestidos que las señoras iban cambiando.
El dormitorio en la Edad Moderna, solía ser una estancia rectangular en la que necesariamente convivían durante la noche todos los miembros y generaciones del grupo familiar. Las camas, con armazón de madera y jergones de paja eran siempre compartidas, tanto entre los adultos como, sobre todo, entre los niños y adolescentes de la casa, que dormían apretados en un solo lecho.
Se ubicaban en las casas más modestas cerca de la cocina, para aprovechar el calor. En las más pudientes, llegaban a tener sus propias chimeneas y braseros, aparte de antecámaras y zonas de vestidor, armarios y arcones donde almacenar la ropa blanca y de ajuar y las propias vestimentas, mesas y sillas donde realizar la toilette.
Veamos ahora ejemplos diferentes tipos de casas y épocas:
En la primera foto, dormitorio del Caserío Museo de Igartubeiti, del siglo XVI que muestra, escondido bajo las tablas del suelo, un hoyo en el que hay dos arcas de madera destinadas a guardar algunas de las propiedades más valiosas de la casa.
En la segunda, un dormitorio de una vivienda más acomodado, del siglo XVIII, según imagen de George Remon en su libro de acuarelas sobre decoración. y que ya nos muestra profusión de elementos decorativos, colorido y comodidades.

Dormitorio caserío Igartubeiti

Imagen de George Remon (dormitorio)
A lo largo de la Edad Moderna se produjeron una serie de cambios decisivos que marcaron un antes y un después en la forma de dormir y en los significados atribuidos al descanso.El conocido como sueño bifásico, típico de la Edad Media, se trata de una metodología totalmente desconocida en la actualidad y que consiste en dormir durante dos momentos del día diferentes en lugar de un gran período de tiempo. Antes de la edad industrial las personas solían descansar en algún punto, sobretodo los privilegiados, para después dormir un poco más en la noche.
Las camas también sufrieron grandes cambios: La cama se nutre del lujo y enriquecimiento que caracteriza al mobiliario del s. XV. Se utiliza lino para sábanas. Brocados, terciopelo y seda recubren el relleno de los colchones que se diversifica a plumas o pelos de animales. La idea de una cama mullida es sinónimo de bienestar y posición social. Aunque los pobres dormían en jergones.
Poco después, empiezan a utilizarse las primeras mallas de soga con bastidores de madera, antecesoras de los somieres de malla de acero. En cuanto a la ostentación de las estructuras de los siglos anteriores desaparece, para dejar paso a líneas más sencillas y depuradas.
Los baldaquines del renacimiento, más que camas, parecían casas y las camas brocadas, talladas en la época barroca, podían servir como escenarios para orgías perpetuas. No obstante, entre estas camas, la que se lleva la palma, por su tamaño y forma, es la mencionada por Shakespeare en uno de sus dramas; la cama tiene una superficie de once metros cuadrados y se dice que en ella durmió Charles Dickens (Museo Británico)

Una joven se sienta ante el tocador mientras una criada prepara la bañera,
por François Elsen.
Con la llegada de la modernidad, la higiene medieval «en seco» comienza a quedar en desuso. Se desarrollan los baños públicos, los cuales, pese a sufrir críticas por parte de algunos religiosos, y a cerrar un gran número de ellos (debido al miedo a la propagación de enfermedades, a la mal vista práctica de la prostitución, y, especialmente, a su caro mantenimiento en leña y agua), siguieron en activo mucho tiempo.
Existía la creencia, según la cual la salud del cuerpo y del alma dependía del equilibrio entre los cuatro humores que integraban el cuerpo: sangre, pituita, bilis amarilla y atrabilis. Los malos humores se evacuaban mediante procesos naturales como las hemorragias, los vómitos o la transpiración, y cuando éstos no funcionaban se recurría a purgas o sangrías efectuadas por los médicos. El agua no se consideraba remedio. Muchas personas solo se lavaban completamente para acontecimientos importantes, como la boda, dejando para el día a día una higiene básica con un paño y un poco de agua.
La influencia en la Iglesia intentó mantener las costumbres anteriores, pero las nuevas corrientes higiénicas, el mayor conocimiento de la medicina y un nuevo «culto al cuerpo» representado en las vestimentas, afeites y gusto por la belleza, predominó.
En la segunda mitad del sXVII, se comenzó a pensar que el agua templada podía tener virtudes calmantes, y sobre todo, que la fría permitía fortalecer los tejidos y aumentaba la fluidez de la sangre.
La toilette llegó a ser un acto social en el que las damas se mostraban e invitaban a sus amigas.
Habitaciones y cuartos infantiles: En la planta alta de las casas o desvanes habitaban los hijos de la familia, los criados del servicio general y el maestro, si lo tenían. Igual que la planta principal, estaba dividida en ala masculina y femenina, manteniendo la segregación por sexos típica de la sociedad del Antiguo Régimen, que se superponían a sus respectivos espacios inferiores, aunque en este caso ambas zonas quedaban totalmente incomunicadas entre sí para evitar la promiscuidad entre los criados.
Gracias a la distribución espacial, los hijos varones vivían encima de las estancias privadas del progenitor y disponían para su uso de una pieza común, varios cuartos «para señoritos» y un cuarto para el maestro,todos de buen tamaño, ocupando el resto del espacio un gran terrado, una
«secreta para los criados» y los numerosos dormitorios de estos, que aprovechan también la parte correspondiente al hueco de la escalera principal.
La parte femenina se desarrollaba separada, con su oportuna «secreta», como en el ala opuesta, las criadas ocupaban el espacio equivalente a las salas y estrados femeninos del piso principal, mientras que las hijas se replegaban en pequeñas habitaciones, «cuartos para señoritas») con vistas al jardín y ubicadas sobre el dormitorio y el tocador de su madre.
Como siempre, nos referimos a las casas nobles. En las más humildes, recordamos que los espacios se compartían por todos los miembros de la familia.
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