Este blog pretende ser un salón de encuentro, un lugar donde coincidir y poner en común una pasión por los siglos XVI a XVIII. Por eso este primer post he querido dedicarlo a los Salones Literarios de la Ilustración, ya que también fueron un punto de inflexión, de debate y de compartir no solo lecturas textos en prosa, verso o dramaturgia, sino que se debatían los avances filosóficos, políticos y científicos de la época con la misma pasión.
Al principio, nacieron como una manifestación cultural francesa de la alta sociedad formada por aristócratas y amantes de las Bellas Artes en la que se apostaba por la conversación, las lecturas públicas y los conciertos de cámara, en la que las jóvenes casaderas lucían su virtuosismo musical. Si bien la historiografía francesa suele afirmar que las dueñas de estos espacios eran las grandes damas con intención de hacerse un hueco y una reputación en el mundo social de las clases altas, las crónicas contemporáneas a este movimiento cuentan que estos espacios de encuentro y diversión también tenían como dueños a hombres o incluso a matrimonios. No obstante, ya hay testimonios de salones parecidos en el Poitiers del siglo XVI (con las damas de Roches) o en el círculo de Catalina de Médici e incluso los últimos Valois. En el siglo XVIII, gracias a la protección y el apoyo de los grandes contribuyentes, se vuelve a financiar esta forma de entretenimiento a la que se añade, además, el intercambio de ideas filosóficas.

A pesar de su nacimiento francés, pronto se extendieron a toda Europa Occidental y, así, en Inglaterra fueron famosos los de Elizabeth Montagu ya en el siglo XVIII, entre otros. En España, la Duquesa de Alba y la Marquesa de Santa Cruz presidieron dos salones a finales del siglo XVIII. Al parecer, Mariana de Walstein, madre del décimo marqués de Santa Cruz, también había llevado antes el salón. Miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, fue Directora Honoraria de la Academia, por lo que era una mujer con sobrada capacidad. En el siglo XIX ya eran habituales y en ellos las discusiones políticas propias de ese convulso siglo llenaban las tertulias más que la literatura en sí. Y, de la misma manera que otras costumbres culturales, los salones españoles empezaron a ser replicados también en algunas de sus colonias de América.
El término salón literario nace de la expresión de un mito popular entre los escritores del siglo XIX. Anteriormente, estos lugares habían sido denominados como casas, círculos, sociedades o academias dependiendo del autor del testimonio, ya que el vocabulario de entonces no se fijaba de una manera tan estricta como en la época actual. Estos salones, al fin y al cabo, se trataban de formas de convivencia y no tenían una denominación propia. Recibir una invitación para los más afamados era conseguir entrar en una nueva elite social intelectual y tener acceso a los personajes más relevantes de la vida del país y, como no, obtener la posibilidad de establecer contactos de gran importancia para los asuntos sociales, negocios y economía, en esas reuniones que se alargaban durante horas.

Durante el llamado Siglo de las Luces o Ilustración, estos salones tuvieron una gran importancia como espacios de cierta libertad y emancipación femenina. En ellos, las mujeres podían opinar y exponer sus ideas a la par que los hombres y, así, se desarrollaron unos ciertos espacios de igualdad en el que un incipiente feminismo tenía cabida. Las primeras ideas de la igualdad de la mujer al hombre, del reconocimiento de sus capacidades y de los cambios sociales que debían producirse, comenzaron su andadura entre los cuadros y los tapices de las casas señoriales donde se realizaban estos salones. Muchos estudios en la actualidad defienden esta tesis, aunque es cierto que, aunque comenzaron a tener una cierta influencia cultural y social, la situación femenina en general, no mejoró con la rapidez esperada.
Tenemos, así, ante nosotros, un entorno más abierto, más lúcido, donde los principales científicos, políticos y artistas exponen y discuten sus ideas; donde las mujeres pueden comenzar a opinar como iguales; y además donde las novedades de una época de grandes descubrimientos en todos los ámbitos se propagan con gran rapidez. Los salones literarios fueron, por todo ello, claves en la vida cultural y social de la época y una pieza fundamental para el progreso propio de la Ilustración.
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