SITUACIÓN POLÍTICA EN TORNO A LA PAZ DE WESTFALIA
La Paz de Westfalia de 1648 puso fin a los largos conflictos de religión en Europa Occidental, acaecidos desde el siglo XVI, entre las potencias católicas y las protestantes. “Tenía los siguientes objetivos: la secularización de las relaciones internacionales, la razón de Estado, la igualdad de soberanía, el balance de poder, la tolerancia religiosa y la soberanía territorial; además, se concibe al Estado como el único actor” (Betancurt Morales, 2021). Tal y como se cita en la conferencia de Amelia Valcárcel indicada en la bibliografía, «Pongamos las agendas en hora», disponible aquí, la consecuencia directa fue la consideración de la religión como algo supeditado a la política, y de esta como una asociación de los seres humanos. Si bien Westfalia no solucionó totalmente los conflictos de la época, “el vasto esfuerzo diplomático que finalmente alumbró los acuerdos de paz de 1648 puede considerarse de modo apropiado como una respuesta a un colapso general europeo, que provocó terribles sufrimientos y un agudo hastío de guerra entre los grupos populares y dejó a las elites políticas indagando sobre una fórmula que impidiera una vuelta a los horrores de la Guerra de los Treinta Años” (Elliot, 1999).
La nueva Europa produjo la creación de nuevos Estados y supuso la desintegración de la república cristiana y el imperialismo de Carlos V. Todos los países implicados vieron modificadas sus fronteras y algunos se reconocieron de facto como Suiza. Además, mediante la puesta en marcha de mecanismos de control colectivo y a través de congresos multilaterales destinados a garantizar la estabilidad internacional, los componentes religiosos o los lazos de dependencia jurisdiccional con respecto a entidades superiores como el Emperador o el Papa se verían desplazados por las exigencias de la razón de estado única capaz de asegurar la completa autonomía de cada ente soberano sobre sus respectivos territorios.
Por otro lado, la creciente influencia de las actividades mercantiles y coloniales, la nueva economía, el papel activo de los agentes locales en el trazado de las nuevas fronteras o la pérdida de peso del protagonismo ejercido hasta entonces por las cuestiones religiosas, fueron las claves definitorias de la política europea a lo largo del final del conflictivo siglo XVII y contribuyeron a que el nuevo orden mundial cambiara.
La Europa pacificada se enfrentaba a un nuevo escenario: por un lado, la paz, con las perspectivas económicas y sociales innegablemente mejores que en situación de guerra; por otro, las tensiones sociales provocadas tras años de hambruna y la contraposición con la llegada de clases burguesas y personajes enriquecidos mediante la guerra. A su vez, se produjo un despertar cultural y del pensamiento que se vio influido con el mayor acceso al saber a través de la difusión de gacetas y similares, que se había producido por el gran desarrollo de la imprenta en la propaganda de guerra.
Las situaciones de los diversos países involucrados en los conflictos de religión era muy diversa, y, por tanto, la evolución hacia los nuevos caminos de la Ilustración sería diferente, pero, sin duda, un entorno de paz favorece el pensamiento político y filosófico que se dio en la Europa de finales del siglo XVII y principios del XVIII y que desembocaría en la Ilustración y en el uso de la Razón como base para el conocimiento y su difusión. La aparición de nuevas corrientes de pensamiento que desafiaban todo lo conocido hasta entonces logró penetrar en el tradicional patriarcado y llevar sus cuestionamientos a la situación de la mujer y su posición en la sociedad.

Ratificación del Tratado de Münster, de Gerard ter Borch (Amsterdam, Rijksmuseum)
¿Afecto realmente la Paz de Westfalia a la situación de las mujeres? Descartando el hecho obvio de que la situación de paz, aunque fuera temporal, beneficia a los seres humanos en su totalidad, es difícil discernir si su vida cotidiana se vio afectada por el nuevo orden establecido, ya que su esfera se limitaba a lo privado, como se ha visto en el punto anterior, quedando lo público y lo político fuera de su radio de acción. Sin tener hechos ciertos, algún cambio hubo de producirse, ya que tan solo poco años más tarde surgía la obra de Poullain De la Barre De la igualdad de los dos sexos de la que Celia Amorós indica que es “un tratado donde se extraen con una lógica impecable las derivaciones, en relación con los derechos de las mujeres, de la lucha cartesiana contra el prejuicio, el argumento basado en la autoridad, la costumbre y la tradición. Sobre estas bases, así como sobre la idea de que «I’esprit n’a pas de sexe» -o, si se prefiere, «I’esprit est de tout sexe», corolario del dualismo cartesiano mente cuerpo-, se argumentan reivindicaciones feministas como la del sacerdocio, el ejercicio de la judicatura, del poder político, el desempeño de las cátedras universitarias, el acceso a los altos cargos del ejército: todo ello apoyado, en suma, en una educación totalmente igualitaria” (Amorós, 1990).
Pero estos pensamientos no eran nuevos y venían de años atrás. No en vano, en el siglo XVI, la Querella de las Mujeres revolvió la sociedad de la época. Años antes del escrito de Poullain De La Barre, teóricos como Francisco Suárez declaraban que “Que los hombres y mujeres son quienes eligen la forma de gobierno y quién les va a gobernar; por ser regidos por su razón natural, en tanto civiles, también ellos deciden la duración de esa autoridad temporal. Que, una vez elegida la autoridad política, pueden y deben seguir participando en los asuntos públicos y comunes, aconsejando y controlando a la autoridad elegida” (De legibus, 1612).; y en el libro tercero del Deopere sex dierum (1621), donde expone su antropología teológica de la igualdad entre los sexos. Lo notable de su defensa de la igualdad entre los sexos, es que está justificada en base a la igualdad de lo genéricamente humano (Burlando, 2022).
Algo iba lenta, muy lentamente, cambiando…
LA REVOLUCIÓN FRANCESA Y EL FEMINISMO
La Revolución francesa supuso un momento de ruptura del Antiguo Régimen. Pero no fue un movimiento único, ya que, además de irse gestando poco a poco a lo largo del último siglo debido a las circunstancias económicas y la grave crisis agroalimentaria del pueblo francés, estuvo precedida de otros momentos convulsos, como fueron la Revolución Americana. En todo caso, supuso un punto crucial en la historia política de Europa: tanto los países que se vieron afectados por sus consecuencias (incluimos dentro de ellas el Imperio Napoleónico y sus guerras), como aquellas que sufrieron un retroceso político como protección ante que la situación se repitiera dentro de sus fronteras.
Como movimiento político que fue estuvo influenciado por fuertes corrientes de pensadores que cuestionaron todo lo anterior, en base a la Razón que tanto propugnaban los Ilustrados. La mujer, que ya había empezado a formar parte tímidamente mediante las tertulias literarias y los salones, los clubs de damas y las asociaciones benéficas, que tanto fueron ridiculizadas junto con el movimiento de las preciosas del siglo XVIII de un nuevo aire social, también se verá implicada en la Revolución, siendo incluso protagonista de algunos de sus episodios, como la Marcha sobre Versalles o los envíos de los Cuadernos de Quejas a la Asamblea Nacional.

La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix (París, Museo del Louvre)
Entre estas mujeres se encuentra Madame Roland, cuyo nombre de soltera era Jean-Marie de Philipon. Antes de la revolución de 1789, la casa de los Roland fue uno de los centros de la oposición democrática parisina. Durante el transcurso de ésta, ambos militaron en el partido de la Llanura, dentro del cual Madame Roland destacó particularmente. Sus ideales feministas pueden parecer actualmente como moderados: creía que la mujer no se encontraba todavía preparada para ocupar cargos políticos y de momento se trataba de hacer propaganda por sus derechos. El Tribunal Revolucionario jacobino le acusó de haber pervertido a su marido y le condenó a muerte. Tenía treinta y nueve años, y una vez delante del verdugo Sansón, exclamó contemplando una estatua de la Libertad: “¡Oh, Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”.
Claire Lacombe, sin embargo, perteneció a una de las tendencias más radicales de la revolución. Fue una de las animadoras del Club de Ciudadanas Revolucionarias y participó desde sus posiciones jacobinas en la mayoría de los grandes acontecimientos revolucionarios. No exigía derechos especiales para las mujeres, intentaba remover sus conciencias y las invitaba a defender sus intereses como miembros de la clase burguesa y trabajadora
Más conocida es Olympe de Gouges, que se llamaba en realidad Marie Gouze y había nacido en 1748. Se sabe que se casó en 1765 con un oficial de Intendencia y que tuvo un hijo, pero su vida libre la separó de su marido. Asistió con entusiasmo a los primeros tiempos de la revolución, que decía que había esperado durante 15 años. Republicana y feminista apasionada, Oliympe no pudo soportar los efectos del terror jacobino. Opinó delante de éstos que no se acababa la monarquía haciendo un mártir del rey y estas palabras la llevaron a la guillotina. Escribió varias obras de teatro, pero ninguna de ellas mereció, al parecer, el reconocimiento de la posteridad. Lo que sí perduró fue su Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana de 1791.
Solo un año más tarde y en el mismo contexto, Mary Wollstonecraft publicaba su obra Vindicación de los derechos de la mujer (1792), donde argumentaba que las mujeres no son por naturaleza inferiores al hombre, sino que parecen serlo porque no reciben la misma educación, y que hombres y mujeres deberían ser tratados como seres racionales. Imagina, asimismo, un orden social basado en la razón. Con esta obra, estableció las bases del feminismo liberal y la convirtió en una de las mujeres más populares de Europa de la época. Estas serán, como menciona Amelia Valcárcel las bases de la agenda de la primera ola del feminismo: conseguir el acceso a la educación y a la libre elección de estado civil y, en su caso, marido.
CONCLUSIONES SOBRE EL FEMINISMO DE LA PRIMERA OLA
A lo largo de estas breves líneas se ha realizado un recorrido sobre la situación de la mujer en la Edad Moderna, las consecuencias derivadas de la Paz de Westfalia de 1648 y los inicios del feminismo, la llamada primera ola, que abarca desde 1673 con los escritos de Poullin de la Barre hasta 1792 con la obra de Mary Wollstonecraft. Más de un siglo en el que, aunque destacan varias obras memorables, sin duda, como indica Amelia Valcárcel debió de sucederse un debate más vivo a todos los niveles. En el llamado Siglo de las Luces, bajo el auspicio de la Ilustración, se crean las bases tanto ideológicas como sociales para afrontar más adelante debates a otros niveles, aunque los logros que buscaban en ese momento, el acceso a la educación y la libertad a la hora de contraer matrimonio, no deben ser menospreciados, ya que, aun hoy en el siglo XXI, hay lugares donde esos derechos no existen.
La Modernidad, entendida como periodo histórico, comprende los siglos XVI, y XVII XVIII. Una época de grandes cambios tanto científicos y técnicos, como políticos, económicos, culturales y de pensamiento. Fueron los pensadores y políticos de la época los que dieron la llave para los pequeños cambios que fueron introduciéndose a la luz de la Razón. Cuatro ontólogos pueden ser considerados los creadores de ese nuevo pensamiento: Descartes, Hobbes, Spinoza y Locke. A su vez, el momento en el que la Paz de Westfalia comenzó a plantear la idea contractualista dio lugar a reflexionar sobre las relaciones sociales, estereotipos y comportamientos como un pacto entre hombres y mujeres que podía ser superado, como lo había sido la identificación con la religión.
Visto el comienzo del feminismo en el siglo XVII (e incluso hay teóricos anteriores con ideas similares), se puede apreciar que no es un movimiento disruptivo, sino lineal, que procede de la consecuencia de la toma de conciencia por parte de la mujer de la situación ilógica pero asentada en la sociedad de su supeditación al varón. Puede tener varios hitos diferenciados, o bien, al intentar estudiar el fenómeno se ha categorizado de este modo, pero eso no significa que lo que se nos quede fuera de los momentos claves no llevara su proceso anterior, íntimo y desconocido.
El nuevo concepto de ciudadano nacido a raíz de la Revolución Francesa influirá también en este nuevo concepto, aunque parece claro que el sistema recién creado dejará de nuevo de lado a las mujeres, estas no están dispuestas a olvidar sus reivindicaciones y a formar parte de la sociedad en toda su amplitud, es decir, en la esfera política y pública. Y a partir de tomar esa conciencia, solo queda avanzar.
Bibliografía.
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Amorós, C. (1990). El feminismo: senda no transitada de la Ilustración. Revista Isegoria, 1, 139-150
Betancur Morales, M. (2021): Deconstruyendo y decolonizando el Derecho Internacional Público. Revista Ratio Juris, 16 (32), 273-289
Burlando, G. (2022). Indicios de pensamiento pre-ilustrado en Francisco Suárez sobre la igualdad de los sexos. Anales del seminario de historia de la filosofía, 39 (2), 513-522
Criado Torres, L.: El papel de la mujer como ciudadana en el siglo XVIII: la educación y lo privado (Universidad de Granada: www.ugr.es/~inveliteraria/) [fecha de consulta 26/10/2023]
Elliot, J H. (1999). Europa después de la Paz de Westfalia. Pedralbes: Revista d’historia moderna, 19, 131-146
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Valcárcel, A. (2-6 octubre 2006). Pongamos las agendas en hora [Conferencia]. II Encuentro de Mujeres Líderes Iberoamericanas. Madrid. España
Varela, N. (2013). Feminismo para principiantes. B de Bolsillo.