La celebración de banquetes era todo un festejo importante en la Edad Moderna. El recibir en casa a invitados podía suceder casi a diario en las casas acomodadas, pero las más humildes relegaban a las bodas, bautizos y fiestas patronales estas grandes comidas.

En casas principales se guardaba cierto decoro a la hora de comer, pero si la comida era informal, como solía serlo a diario, y dado que los distintos grupos que componían la familia (hombres, mujeres y niños, además de los criados) tenían sus respectivas zonas bien delimitadas, lo más recurrente era comer deprisa y por separado en los cuartos y salas reservados a cada uno, montando a tal efecto una mesa o una tabla sobre borriquetes con los utensilios correspondientes y los alimentos preparados. No era raro, incluso, comer en el dormitorio, una costumbre que fue recogida con extrañeza por los visitantes extranjeros; aunque fue más habitual reservar estas habitaciones para cenar y darle otro carácter a la comida central de la jornada.

En la Edad Moderna no abundan, de hecho, las referencias al comedor como estancia definida. Cuando existía era más bien un Salón, como en el caso que nos ocupa, con una función social y un uso festivo y señalado, tratándose por lo general de una sala diáfana y despejada de muebles, versátil y multifuncional, donde se montaba o «ponía» una mesa a tal efecto para celebrar el banquete.

Hablamos, en todo caso, de casas de cierto poder económico. En las clases más bajas, como es de esperar, se disponían de los espacios para todos los usos posibles y lo más habitual era comer directamente en la cocina. Puedes leer en este artículo cómo eran las viviendas de la Edad Moderna.

La sofisticación de la época llegó a las mesas de los más pudientes, que regaron con buenos vinos y mejores viandas sus estómagos. Los platos eran extravagantes y las composiciones impresionaban. Algunos guisos, y, sobre todo aves, pareciera que estuvieran vivos. La costumbre de comer varios platos hasta hartarse, se mantuvo durante mucho tiempo. La Iglesia llegó a cargar en contra de los fastuosos banquetes de bodas en los que se comía y bebía en exceso y que, a su juicio, alejaba de la verdadera celebración que era el vínculo matrimonial entre los contrayentes.

En los banquetes más formales, los comensales se distribuían uniformemente a cada lado de la mesa, en la época medieval, lo más frecuente era las mesas en forma de U, y solo se sentaban en lado exterior, por el interior entraban los sirvientes y dejaban la comida. Ahora hay un cambio, los platos y bandejas con manjares se distribuyen por toda la mesa, formando una decoración simétrica, precisa y muy estudiada, los platos principales eran situados en el centro de la mesa cerca de la persona más importante. Normalmente un banquete se distribuya en tres servicios, cada uno con una salida de 21 platos diferentes, o sea que un banquete podía llegar a 63 platos. Cada servicio se retiraba por completo y no estaban más de 20-30 minutos en la mesa, así se aseguraba que estuvieran calientes. El tenedor se incorporó en esta época, fue en la corte de Luís XIV, hasta entonces sólo lo utilizaban los catalanes, venecianos y lombardos. A medida que el ceremonial se fue complicando, el tenedor se consideró un elemento de distinción, a partir de 1670, es consideró muy pasado de moda a quien no lo utilizaba.

Os dejo algunos de los banquetes más curiosos y estrafalarios:

-Conquistar a la reina de Inglaterra Isabel I debió ser una hazaña tan titánica que debía ser inmortalizada, y así, sir Robert Dudley, supuesto amante de la denominada Reina Virgen, ofreció en 1575 en su castillo de Kenilworth un banquete en honor a su majestad que se prolongó durante 19 días. Su duración no fue la única rareza, ya que el menú incluía platos tales como vómito de ballena (sí, has leído bien) y estómago desecado de esturión. No sabemos lo que pensó Isabel I del cocinero, pero sí que no le hizo ascos al azúcar, su debilidad: nada menos que un cuarto de tonelada se empleó en las esculturas que decoraban la mesa.

-Los 300 invitados al banquete nupcial celebrado en el año 1600 entre María de Médicis y el rey Enrique IV de Francia fueron agasajados con los fastos habituales, una cincuentena de platos, entre ellos sorbetes de leche y miel, favoritos de María, quien había traído la receta de Francia (nada de porquerías tipo el vómito citado anteriormente, que estamos en Florencia). Sin embargo, el festejo se recuerda por su sofisticación: en el momento en que los invitados desplegaron las servilletas, salieron de ellas una multitud de pájaros cantores. Tan imposible de superar como la ausencia del monarca en sus propios esponsales.

-La cocina de la corte francesa, la de Versalles, marcó la pauta de todas las otras cocinas reales europeas. Es un momento donde hay muchos cambios y aparece un nuevo ritual. Se valora la pulcritud y la manera de comer, masticar era un signo soez. Se pusieron de moda los platos cremosos, las mousses y los purés, el lema era «comer sin parar la conversación». En los banquetes empiezan aparecer los primeros ingredientes procedentes de América, como el pavo, que tuvo en seguida una gran aceptación en las cocinas aristocráticas y está presente en muchos menús reales del XVII, otro recién incorporado fue la piña, Luis XIV las hacia crecer en sus invernaderos y las apreciaba por su delicado olor. Puedes leer en este artículo sobre Vatel, el cocinero de Luis XIV y la película que inspiró con Gerard Dipardieu como protagonista, un film muy recomendable.

Estos lujos, por supuesto, no estaban al alcance de todos, y las casas más humildes los platos que se degustaban era más simples. Algunos han llegado hasta nuestros días. Puedes leer aquí más sobre la gastronomía de la época.

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