La mujer indígena estuvo, sin duda, muy presente en el momento de la Conquista de América e intervino activamente en la misma. La posición de muchas caciques y princesas de las principales etnias y grupos sociales fue determinante a la hora de avanzar en las relaciones con los españoles, que, cada vez más, llegaban a sus tierras. El desconocimiento de las costumbres, la lengua, las diferencias culturales y sociales marcaron una complicada relación.
Vamos a conocer algo más la historia de algunas de estas mujeres indígenas:
Anacaona, la princesa indígena
En 1492, al llegar la expedición de Cristóbal Colón, Anacaona, con mucha inteligencia, vio en los forasteros una nueva oportunidad para obtener conocimientos y técnicas que su pueblo desconocía, con los que podían obtener grandes avances y supremacía frente a otros indígenas. Sintió curiosidad y gran admiración por los españoles a los que consideró casi seres sobrenaturales, los que estaban representados ya en su religión tribal, y por ello comprendía que era absurdo y poco inteligente políticamente hablando pretender resistirles.
Cuando en 1496, Bartolomé Colón, hermano de Cristóbal, se adentró con sus expedicionarios en los estados de Bohechío, Anacaona, ya célebre, acudió a encontrarse con los españoles, decidida a que su entrada en el mundo de los conquistadores fuera inolvidable.
Con el fin de impresionar a los colonizadores, eligió ser porteada en una litera que llevaban seis indios, y vestirse únicamente con una tela de algodón de varios colores, que llegaba solo hasta la mitad del muslo, ciñió su pelo una guirnalda de flores encarnadas blancas, que hacía destacar su abundante cabello moreno. Asimismo, lucía brazaletes y collar de las mismas flores naturales. Los españoles quedaron impresionados ante su imagen. Nunca habían visto una mujer así vestida. Frente a la forma de vestir de las españolas, su desparpajo y belleza les dejó atónitos.

Bohechío falleció y en 1503 Anacaona lideraba su pueblo. Para entonces, ya no tenía la misma simpatía hacia los españoles, ya que había visto cómo esclavizaban a los indígenas y se aprovechaban de sus tierras, su trabajo e incluso, sus cuerpos. Nicolás de Ovando, enterado de un plan tramado para derrotar y expulsar a los españoles, decide atacarles y, en una de las fiestas de hermanamiento que celebraban, da muerte a la mayor parte de los indígenas, la conocida como Masacre de Jaragua. Algunos historiadores afirman que su proyecto era, precisamente, lo contrario a lo que Ovando creía: deseaba firmar la paz con ellos para poder salvar a su pueblo ya que la situación era para entonces insostenible. Los que huyeron, sobrevivientes a la masacre, fueron perseguidos hasta darles caza.
Anacona es capturada y ejecutada en la horca.
Isabel, la india guaricha de Coquivacoa
Doña Isabel, la India Guaricha de Coquivacoa es una de aquellas mujeres indígenas de cuya belleza hablan admirativamente los primitivos cronistas, y a quien abre su corazón, desde el primer instante, el descubridor Alonso de Ojeda. Le cautivó con su atractivo y Ojeda incluso la llevó a España, con lo que fue la primera venezolana en pisar el Viejo Mundo. Isabel es la primera nativa americana de quien pueden saberse algunos detalles por las crónicas.
Donde quiera que Alonso de Ojeda estuvo, allí estaba ella también: aparecía sumisa y amorosa, echada a sus pies, compartía con él las vicisitudes de la guerra y le servía de intérprete en las diversas tribus a las que Ojeda trataba de someter. En España la admiraron por su destacable belleza física y por sus demostraciones de amor hacia Ojeda, con quien tuvo tres hijos, considerados los primeros mestizos de Venezuela, y de quien nunca se separaba.
Isabel visitó la Corte con él, vestida con los costosos regalos que le hacía, rodeada de lujo y de nobles. Por agradarle, cambió su vestimenta indígena por la de mujeres europeas. Así, su indumentaria incluía la célebre mantilla española, que rodeaba su bello rostro destacando su belleza natural y salvaje. No abandonó su vestimenta al regresar a La Española, y así se la podía ver vestida por las calles. Encargaba sus trajes con las telas más caras y lucía joyas que eran la envidia de la comunidad de colonos. Alonso de Ojeda era dadivoso, y le gustaba el lujo y demostrar su nivel de riqueza. Isabel era como un maniquí para su lucimiento.
Isabel fue la que oportunamente le socorrió cuando Ojeda se ahogaba, por el peso de los grilletes y cadenas, en el intento de fuga de la carabela en que se hallaba preso en Santo Domingo. Igualmente, tras el naufragio en el Golfo de Urabá, donde hoy se levanta Cartagena, es ella la que tras continúa búsqueda y esfuerzos heroicos, lo rescata de su muerte segura, consiguiendo encontrarle medio moribundo ya entre los manglares. Las noticias de estos hechos están probablemente dimensionadas en torno al engrandecimiento de la figura de ambos, pero no cabe duda pensar que sucedieron de una u otra forma, y que, si Isabel no hubiera tenido un papel primordial, difícilmente un cronista se lo hubiera asignado a una indígena como ella.

Isabel fue hallada muerta sobre la tumba de Ojeda pocos días después de la muerte de éste y se consideró su fallecimiento como un suicidio por amor. Un monumento en la plaza de Alonso de Ojeda en Maracaibo, en el noroeste de Venezuela, la inmortaliza en la misma posición en la que se supone que fue encontrada
Anayansi, amor entre dos mundos
Anayansi fuee entregada como obsequio por el cacique de su pueblo, como pacto con Vasco Núñez de Balboa y tuvo una enorme influencia sobre él. Su nombre se traduce como “la llave de la felicidad” en su lengua natal. Las crónicas la describen como una mujer inteligente, pero muy joven.
Balboa, un hombre inteligente y práctico, rápidamente supo cómo aprovecharse de la presencia de Anayansi, como símbolo de sus logros pacificadores, y le dispensó la mejor acogida de que fue capaz. Pero también nació entre ellos una nueva amistad, que, aunque surgida de una relación obligada, las crónicas insisten en destacar la veracidad de los sentimientos entre ellos. El cacique Careta, preocupado por su hija, se sorprendió gratamente de lo bien acogida que había sido por los españoles. Lo cierto es que el regalo le hacía sentirse a Balboa al nivel de los grandes conquistadores y su recepción le hizo sentirse un gran guerrero, lo que mejoraba su imagen pública.
Tanto Careta como los españoles reconocieron con el tiempo que Balboa estaba verdaderamente enamorado de Anayansi. La trataba como esposa y se guardaban fidelidad absoluta, fuera del hecho que Balboa no podía contraer matrimonio legal con ella. En ese momento, un matrimonio mixto entre español e indígena era impensable, pero sí se comprometieron según los ritos de los indios, y vivieron vida de casados el tiempo que les fue permitido.

Indígenas y españoles les tenían a la pareja respeto y admiración, tal se desprende de las crónicas. Balboa fomentó su amistad y la relación entre ambos, así, consiguió aprender su lengua materna y enseñó a Anayansi el castellano, siendo de gran ayuda para la comunicación al convertirse en “lengua”. Su lealtad queda demostrada con el episodio de la conspiración contra Balboa por parte de los pueblos indígenas: el hermano de Anayansi le advirtió a esta de las intenciones, para que pudiera ponerse a salvo, pero ella, no sabemos si por amor o por seguir bajo la protección española pensando que era lo mejor para su supervivencia, le advirtió a Balboa de la conjura, permitiéndole defenderse. Balboa, lógicamente, se repelió el ataque y eliminó a aquellos indígenas que habían urdido el complot.
Los cronistas españoles nos han dejado una historia de amor entre Vasco Núñez de Balboa y Anayansi, ejemplarizando con ella cómo ambos mundos podían convivir y respetarse. Él la protegió y, supuestamente, la amó y trató bien, aceptando las diferencias entre sus pueblos de origen como algo que sumaba para ambos más que restarles. Ella le inculcó conocimientos sobre su pueblo y le correspondió en sus sentimientos. Las numerosas intervenciones de Balboa a favor de mejorar la situación y los derechos de los indígenas venían sin duda inspiradas por su relación con Anayansi, que, de forma avanzada para su tiempo, le demostró que las diferencias no están en el color de la piel ni en el aspecto físico, sino que son únicamente cuestiones culturales y de nivel de desarrollo. Estuvieron juntos en los buenos momentos, y también en los malos, cuando, por los conflictos con el gobernador Pedrarias Dávila, fue acusado de traición y ejecutado por orden de su suegro.
Cuenta la leyenda que tan grande era su amor que Anayansi recogió la rubia cabeza decapitada de su enamorado y se la llevó, queriendo así mantenerlo para siempre con ella.
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