El 30 de noviembre de 1803 partía de La Coruña la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. A bordo de la corbeta María Pita, viajaban 37 personas cuyo fin era conseguir llevar la vacuna contra la viruela a los territorios de ultramar del Imperio Español: entre ellos,  el doctor Francisco Javier Balmis (1753-1819), el doctor Salvany (1788-1810), dos médicos asistentes, dos prácticos, tres enfermeras, la rectora del orfanato Casa de Expósitos de La Coruña Isabel Zendal Gómez (1773- s. XIX) y veintidós niños, entre los que había seis venidos de la Casa de Desamparados de Madrid, otros once del Hospital de la Caridad de La Coruña y cinco de Santiago. La vacuna debió ser llevada por niños que no hubieran pasado la viruela, y se transmitió de uno a otro cada nueve o diez días. Niños entre los que se encontraba el propio hijo de Isabel, Benito Vélez, de nueve años, y Andrés Naya (8 años), Antonio Veredia (7 años), Cándido (7 años), Clemente (6 años), Domingo Naya (6 años), Francisco Antonio (9 años), Francisco Florencio (5 años), Gerónimo María (7 años), Jacinto (6 años), José (3 años), Juan Antonio (5 años), Juan Francisco (9 años), José Jorge Nicolás de los Dolores (3 años), José Manuel María (6 años), Manuel María (3 años), Martín (3 años), Pascual Aniceto (3 años), Tomás Melitón (3 años), Vicente Ferrer (7 años), Vicente María Sale y Bellido (3 años) y un niño más que falleció durante el viaje.

Según las normas de la expedición los infantes: Serán bien tratados, mantenidos y educados, hasta que tengan ocupación o destino con que vivir, conforme a su clase y devueltos a los pueblos de su naturaleza, los que se hubiesen sacado con esa condición. Ninguno de ellos regresó a España.

 

De acuerdo a la Real Cédula de 1803, para extender el beneficio preventivo de la vacunación, la vacuna se transportaría por medio de niños, a quienes se inocularía sucesivamente durante el viaje hasta llegar a las Indias. Esta operación se denominaba “de brazo a brazo” y estaba considerada como la más segura para conservar y hacer valer la eficacia de la vacuna en el momento de su aplicación. Y, realmente, funcionó. El método de vacunación era bastante primitivo: se raspaba el pus de las pústulas de un contagiado y mediante una pequeñísima incisión, se insertaba en el brazo del siguiente niño. Algunos enfermaron, pero bastante levemente.

Cada niño recibió un hatillo que contenía dos pares de zapatos, seis camisas, un sombrero, tres pantalones con sus respectivas chaquetas de lienzo y otro pantalón más de paño para los días más fríos. Para el aseo personal: tres pañuelos para el cuello, otros tres para la nariz y un peine; y para comer: un vaso, un plato y un juego completo de cubiertos.

La misión consiguió llevar la vacuna hasta las islas Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Nueva España, las Filipinas y China. El barco llevaba instrumental quirúrgico e instrumentos científicos, así como 500 ejemplares de la traducción del Tratado práctico e histórico de la vacuna, de Moreau de la Sarthe, para ser distribuido por las comisiones de vacunación que se fundaran. Posteriormente, se encargaron 2.000 ejemplares más, para continuar con su distribución.

La ruta por el Caribe les llevó tres años. A continuación, la expedición se dividió en dos, El grupo de Balmis, con Isabel Zendal y 26 niños mexicanos partió hacia Filipinas, Macao y Cantón, llevando la vacuna a Asia. El otro grupo, dirigido por el segundo de Balmis, el doctor José Salvany, puso rumbo a Latinoamérica, a Venezuela, Colombia, Bolivia, Perú y Chile, a través de la cordillera de los Andes. Salvany contrajo la tuberculosis, la malaria y la difteria, perdió la visión de un ojo, se dislocó una muñeca y acabó falleciendo el 21 de julio de 1810, con 33 años, en Cochabamba (Bolivia), donde está enterrado. La vacunación continuó con sus ayudantes, llegando incluso a la Patagonia, y, en enero de 1812, el médico Manuel Julián Grajales (1775- mediados s. XIX), continuador de esta subexpedición, finalizó la campaña.

Balmis realizó una segunda expedición de la vacuna a Nueva España, entre 1810 y 1813, para verificar la realidad de la vacuna y los resultados de la anterior campaña, de su eficacia y de encontrar fuentes autóctonas para conservar el virus vacuno. En febrero de 1813 regresó a Cádiz en la fragata Venganza de la Armada y seis años después, falleció en Madrid a los 66 años de edad. Sus logros dejaron más de medio millón de personas vacunadas en América y Asia, y la creación de las denominadas Juntas de Vacunación, una verdadera red sociosanitaria para el control de las epidemias. Isabel Zendal, por su lado, ha sido reconocida por la “Organización Mundial de la Salud” (OMS) como la primera enfermera que participó oficialmente en una expedición marítima en una misión internacional.

La viruela se llevó la vida de más de 60 millones de personas solo en Europa en el siglo XVIII. Está causada por un virus de la familia de los poxvirus. En 1798, el médico inglés Edward Jenner logró la vacuna para la viruela, que empezó a aplicarse de forma masiva. Antes, la vacunación ya se conocía en Europa, aunque se practicaba muy poco. En 1721, Lady Mary Wortley Montagu, aristócrata, viajera y escritora, había importado la variolización en Gran Bretaña después de haberla observado en Turquía.

La lucha fue dura y llevaría aún varios siglos erradicarla.  Finalizaría en 1978, con la muerte de Janet Parker al manipular el virus, el último fallecimiento registrado.

La novela de Javier Moro «A flor de piel» relata la odisea de la Expedición Balmis. Puedes leer la reseña aquí

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